Ponerse en lugar del otro: la elección más difícil
«Aseguraba Terencio, en un dicho ya proverbial, que «nada de lo humano le resultaba ajeno». Entendida la frase como un precepto ético, podría deducirse que nada debería resultarnos tan sencillo como empatizar con nuestros semejantes. Sin embargo, una de nuestras grandes carencias radica precisamente en la dificultad que experimentamos para ponernos en el lugar del otro. Y es que el camino hacia la empatía exige acometer una delicada operación: la de intentar comprender el mundo desde un punto de vista ajeno, muchas veces contrario al de nuestros propios intereses. Un gran paso que solo podremos dar individualmente y con esfuerzo. Recuerdo a este respecto un famoso relato de Hesse, El agüista, donde el autor narraba su experiencia con un ruidoso vecino de habitación que no le dejaba ni dormir ni trabajar; una incómoda situación que solo pudo vencer mediante un ejercicio de imaginación que le permitió identificarse emocionalmente con el molesto compañero de balneario. Es una anécdota quizás trivial, pero ilustrativa de lo mucho que puede ayudarnos la empatía en la convivencia con nuestros semejantes. En el caso particular del escritor, esta facultad empática puede resultar especialmente valiosa. Aunque no toda la literatura camina por una senda realista, la empatía ha sido el necesario don de muchos autores que han pretendido dar un testimonio profundo de la sociedad y de sus gentes. ¿Cómo imaginarnos a Balzac, si no es entregado a la ambiciosa tarea de ponerse en el lugar de cada uno de sus infinitos personajes? La mirada comprensiva no es sino una mirada compartida. Decía Freud que «amar al projimo como a ti mismo» es una empresa no solo imposible, sino también radicalmente injusta. Pero quizás sí podamos, al menos, intentar ponernos en su lugar. O mejor aún, compartir sus sueños.»
Manuel Fernández Labrada